Se ha tendido a pensar que solo aquellas personas que presentan alguna patología y/o enfermedad psicológica pueden asistir a una terapia y que acuden con el único objetivo de apaciguar determinadas sintomatologías asociadas a distintos tipos de enfermedades, para que así las personas puedan volver a un pronto equilibro y funcionamiento óptimo en relación a sus capacidades. Sin embargo, no es que lo recientemente descrito este incorrecto, pero se hace necesario ampliar el concepto de lo comúnmente entendido por terapia, y comprender que es también un espacio en que los pacientes se encuentran con ellos mismos y se van creando las coordenadas para que puedan ir generando un mayor autoconocimiento acerca de sus personas. 

Desde una perspectiva psicoanalítica, se comprende que las personas al asistir a una terapia, más allá de la problemática en cuestión que presenten, acuden a un espacio terapéutico con una subjetividad determinada, es decir, manera de ser, de pensar y de sentir, única. La cual se encuentra anclada a ciertos contextos (sociales, familiares, históricos, políticos, culturales, religiosos, etc.), en los cuales el sujeto creció y se desarrolló. De esta manera, al asistir una persona a una terapia psicológica y empezar a escuchar a su mundo interior y su subjetividad, a medida que van desarrollándose las sesiones, comenzará a situarse en relación a los determinados contextos en los cuales creció y las imposiciones implícitas asociadas a estos y logrará interiorizar, que existen otras maneras de poder mirar-mirarse, pensar- pensarse, a las que usualmente estaba acostumbrado.

Por lo tanto, se comprende a la terapia, como un camino que le permite al individuo un encuentro consigo mismo, así como también desencuentros con el mismo, siendo todos estos movimientos necesarios, para que el paciente vaya generando un mayor autoconocimiento acerca de su persona, y de esa manera, logre construir y re-construir su subjetividad, junto con una nueva autoimagen de su persona, mucho más conectada con sus aspiraciones, anhelos, convicciones y deseos. Logrando, de ese modo, obtener el paciente, al haber vivenciado un proceso terapéutico, una mayor coherencia entre su mundo interior y exterior, es decir, entre sus ideales y las acciones que realiza en su cotidianidad.